
Nadie debería tomar una dosis errónea de un medicamento y menos los niños. Por su tamaño el margen de error es mucho menor que en los adultos y un exceso puede provocar una sobredosis y al contrario, una dosis baja puede hacer inutil la medicación. Sin embargo somos muchos los padres que no entendemos porqué para dar un jarabe a nuestro hijo tenemos que saber matemáticas. Las unidades de medida del dosificador no se corresponden con las del prospecto en el 89 por ciento de los casos. Y el 81.1 por ciento de las marcas en los dosificadores son superfluas, no sirven para medir.
La medicación de los niños debe ser exactamente como nos indique el médico, no se puede ni disminuir ni aumentar la dosis, ni acortar o alargar el plazo en que debemos dársela. Un error puede alterar el tratamiento, provocar una sobredosis o, como en el caso de los antibióticos, si no se lo damos todos los días que nos indican, la enfermedad puede hacerse resistente.