El estrés en el deporte
Paula, a quien conocí por ser mi compañera de colegio, era una niña alegre que disfrutaba de jugar al tenis. A los ocho años sus padres decidieron que ya había llegado el momento. Como al resto de sus hermanos, la metieron en clases de equitación. Su madre era una apasionada de los caballos, pero de pequeña nunca tuvo la oportunidad de montar y ya era demasiado grande, o así se veía ella, para empezar. Por eso animó a sus hijos a aprender y los inscribió, llegada la edad adecuada, en el mejor centro hípico de su ciudad.