El mito de los buenos padres

El mito de los buenos padres

Escrito por: Belén    6 mayo 2013     3 minutos

Ayer celebrábamos el Día de la Madre, casi todos con grandes palabras acerca del amor incondicional, el sacrificio y la felicidad. Leyendo muchos comentarios en Twitter, en otros blogs e incluso releyendo lo que yo misma escribí en Uno más en la familia, sentí lo que he sentido cada año desde que soy mamá, que esas palabras se aplican a mi madre, pero no a mí. Siento que no llego a su nivel y que además, ahora los padres tenemos el listón altísimo y debemos cumplir unas condiciones para mí inalcanzables.

Padres, y hablo en plural porque los hombres entran en el saco, que trabajan fuera de casa, llegan agotados pero dispuestos a pasar unas horas de ocio de calidad con sus niños de buen grado. Que mantienen la calma y dialogan ante los enfados y rabietas de los pequeños. Que les dejan expresarse sin inmutarse, caiga quien caiga, porque no se les puede coartar la libertad. Y que sin embargo saben poner límites sin que se note que lo son. Padres que no solo no sienten alivio cuando llega la hora de dormir, sino que se van a la cama con sus hijos porque colechan con ellos.

Son padres que preparan comidas variadas, sanas e imaginativas a diario. Que no gritan jamás, ni aunque el niño esparza la sopa por todo el sofá o tengan que aprender como eliminar las liendres. Padres que cada fin de semana preparan un plan espectacular y divertido solo para sus hijos y cada semana tienen una manualidad o un proyecto que hacer con ellos. Padres que no sienten la necesidad de estar un rato a solas. Mamás que dan el pecho más allá de los dos años a demanda, sin cansarse ni quejarse ni por el horario ni por el dolor ni por el cansancio, y padres que las apoyan sin reclamar su sitio en la familia. Padres que no necesitan dormir para descansar y poder rendir en condiciones cada día. En definitiva superpadres.

Pero yo no soy así. Vaya por delante y aunque sea obvio que adoro a mis niños, que no los cambio por nada y que son el centro voluntario de mi existencia. Se que soy afortunada porque estoy en casa y puedo sentarme en el suelo a levantar torres de Lego cuando quiere mi niño y puedo escuchar las larguísimas historias de mi niña con calma. Pero me faltan horas para hacer esas maravillosas comidas y manualidades a diario, me desespero cuando tienen un día «tonto», me quejo de sus gritos y de vez en cuando me convierto en la niña del exorcista y grito más que las antiguas verduleras. La espera durante las extra-escolares se me hacen eternas y no puedo evitar pensar en el tiempo que estoy perdiendo.

Cuando llega la hora de acostarles respiro porque puedo hablar con papá, terminar algo de todo lo que tengo pendiente y relajar la atención hasta que me acuesto. Algunos fines de semana programamos cosas, pero otros el parque es una aventura más que suficiente. Lo siento, mis hijos ven la televisión, contenidos siempre infantiles, pero la ven. Soy incapaz de evitar a la niñera catódica y aún así la casa está siempre manga por hombro. Y estoy, estamos, siempre cansada. Por supuesto tampoco puedo estar estupenda, aún no se como se hace eso de ser mamá, trabajadora, ama de casa y mujer moderna que se cuida y tiene tiempo para llevar el pelo planchado y el maquillaje perfecto.

Increíblemente mis niños me quieren, claro que no conocen otra cosa, aún no saben que mamá está lejísimos de ser lo que debe ser una mamá hoy día. Espero que sigan engañados por muchos años porque yo me niego a estar amargada por no ser lo que no soy, por mucho que me lo repitan los demás. Hago lo que puedo, con muchísimo amor y espero que salga bien.

Foto | Flickr-Arkangel